
La primera vez que nos pasó, después de dos o tres días recurrimos a un supositorio de glicerina para niños. Pero qué necesidad, porque ganas sí que tenía. Así que ha sido un verano un poco raro en ese sentido, en plan policía-de-las-cacas, preguntando cada vez que intuíamos algo e insistiendo en que probara. Y él rojo, sentado y apretando para dentro "qué no tengo ganas, que sigo jugando". Lo único que ha funcionado: decirle que así le iba a doler la tripita, que no iba a poder comer ninguna de las cosas ricas que hemos probado por ahí o cocinado en casa y montar el teatrillo de que nadie hacía nada hasta que no volviera (manos arriba, etc.). Qué barbaridad....
No hay comentarios:
Publicar un comentario