Mario siempre ha ido al baño como un relojito, todos los días una o dos veces. Pero este verano ha estado tan ocupado pasándolo bien, que no quería parar no siquiera los 30 segundos que suele necesitar para vaciar su tripita.
La primera vez que nos pasó, después de dos o tres días recurrimos a un supositorio de glicerina para niños. Pero qué necesidad, porque ganas sí que tenía. Así que ha sido un verano un poco raro en ese sentido, en plan policía-de-las-cacas, preguntando cada vez que intuíamos algo e insistiendo en que probara. Y él rojo, sentado y apretando para dentro "qué no tengo ganas, que sigo jugando". Lo único que ha funcionado: decirle que así le iba a doler la tripita, que no iba a poder comer ninguna de las cosas ricas que hemos probado por ahí o cocinado en casa y montar el teatrillo de que nadie hacía nada hasta que no volviera (manos arriba, etc.). Qué barbaridad....
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