Mario durmió los primeros meses con nosotros, en una cuna pequeñita que poníamos pegada a nuestra cama. Luego le pasamos a una cuna más grande en su habitación sin ningún problema. Cuando comenzó la guardería y empezó a ponerse malo, las noches malas acababa casi siempre con nosotros, en nuestra cama.
Si no paraba de llorar o no podía dormir, por lo menos estábamos todos más cómodos. Y si en algún momento podíamos dormir, estábamos todos más tranquilos, él porque estaba con nosotros y nosotros porque oíamos su respiración, su tos, notábamos si le subía la fiebre, etc.
Ahora, con 80 cm y casi 12 kg, y sin parar de moverse un momento, dormir todos juntos es una utopía. Pero menos mal que la cuna que compramos para su cuarto es muy ligera y cabe por las puertas. La verdad es que no lo pensamos cuando la compramos, ha sido casualidad.
Cuando prevemos una noche mala porque está malo o está con los dientes, movemos la cuna y la pegamos a nuestra cama. Y se nota muchísimo, dormimos o descansamos todos, dentro de lo posible, mejor.
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